Lo que se lee en el WWW

[Leer y escribir después de los libros]


El lector familiarizado con el WWW está al corriente de las diferencias entre el medio impreso tradicional y el hipertexto. La tecnología de la imprenta ha favorecido una lectura lineal, predeterminada por el autor. Un libro o un artículo de revista, en principio, se leen de cabo a rabo, una página tras otra y un párrafo tras otro. Están escritos de ese modo y es así como se entiende lo que cuentan. Si los leemos de otra manera, por ejemplo saltando de un fragmento a otro hacia adelante y atrás, lo más probable es que captemos sólo parte del sentido, y que lo captemos sólo en parte, en el mejor de los casos.

Sin embargo, la lectura fragmentaria, incluso azarosa, es una práctica corriente no sólo del lector accidental, sino también y sobre todo del connaisseur que ya sabe de antemano lo que busca en el texto. Los avances sucesivos de la tecnología del libro: las divisiones en capítulos, las tablas de contenido, los índices analíticos, las notas al pie y las referencias bibliográficas, etc., han tenido como objeto que el lector pueda ir directamente a donde quiere: al capítulo o pasaje del texto que habla del tema que le interesa, o a otros textos vinculados con aquél, por ejemplo.

Son modos de lectura habituales y a menudo indispensables, aunque algo rudimentarios y engorrosos. Una referencia a otro artículo en una página de una enciclopedia nos exige volver a buscar, quizá en otro volumen; una referencia en una nota al pie nos obligará a volver a la biblioteca o a la librería, y puede que tengamos que esperar días o meses a recibir el otro texto.

Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones han servido precisamente para facilitar todo eso al lector. La disponilidad de textos electrónicos fue el primer paso. Pero el verdadero avance, lo que nos está conduciendo a una revolución, son las redes de hipertextos. La intuición original del equipo del CERN que inició el Proyecto World-Wide Web en 1989 fue que el problema de los vínculos entre elementos de información dispersos se podía abordar mediante un sistema de hipertextos distribuidos en redes de ordenadores. El resultado es lo que hoy en día ofrece el WWW: documentos cuyos enlaces nos pueden conducir a un cierto número de otros documentos y así sucesivamente, y consultas que generan los enlaces dinámicamente según nuestros propios intereses. Es el lector quien decide qué enlaces seguir o qué preguntas hacer. Al menos, eso es lo que el WWW hace posible, aunque, claro, no es oro todo lo que reluce.

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CBT

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